Crónica : Manías y aquellos que se empeñan en crear diferencias

Hoy es un día cualquiera. Son las 12 de la mañana y nos disponemos a salir para tomar algo. El sol brilla y la temperatura parece recordarnos que no podríamos haber elegido un plan mejor. Hoy es un día cualquiera, pero no lo fue hace una semana cuando le detectaron TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo). Desde entonces algo ha cambiado en nuestras mentes, pero no en la de él; el siempre ha sabido quién es y qué es lo que hace ser distinto al resto – o eso quieren hacernos creer aquellos que marcan la diferencia entre personas por el simple hecho de actuar de forma diferente-.

En el colegio era algo que, en absoluto, pasaba desapercibido. Incluso, resultaba graciosa su manera de hacer las cosas. Su excesivo orden. Los colores tenían que estar ordenados según su intensidad; la goma, siempre en el lado izquierdo; y el estuche, en la parte superior de los libros. Estos, por su parte, no tenían ningún rasguño, ninguna marca de haber sido usados. En ese caso no tardaría en obtener uno nuevo, no le gustaba la idea de que algo pareciese usado, consideraba que le quitaba valor; que perdía parte de su esencia.

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Era algo normal. Divertido, sin más. Supongo que «cosas de niños», pero lo cierto es que cada año la situación se iba agudizando, pero nadie quería poner etiquetas, nadie quería atreverse a darle nombre a algo que en el fondo todos sabíamos qué era. Al fin y al cabo, ¿eso cambiaba en algún aspectos las cosas?

Yo creía que no. Sigo creyendo que no. La gente a su alrededor, por lo general, solía tratar el tema con mucha falta de sensibilidad. No por el hecho de que resultase gracioso en ocasiones, sino porque habitualmente le hacían comentarios como : «Deja ya de hacer esas cosas, pareces idiota» , «Eso no tiene ningún sentido».

Y de alguna manera u otra, así empezó a crearse la diferencia. Cuando las personas se creen capaces de juzgar la manera de actuar de los otros, crean muros. Igual de manera inconsciente, pero crean muros que impiden que la otra persona pueda sentirse cómoda, igual que los demás; pueda sentirse libre, al fin y al cabo. No quiero decir, por supuesto, que no debería haber pedido ayuda cuando la situación fue insostenible; pero a lo mejor eso no habría pasado si las personas tratásemos con empatía y sensibilidad al resto de la misma forma que queremos que nos traten a nosotros.

Él comenzó a aislarse, comenzó a reservarse todo lo bueno que tenía para el mundo para él solo, para su soledad, su mente, sus sueños. ¿Qué injusto para nosotros no poder disfrutarlo, verdad?

Paseamos por la Gran Vía madrileña mientras nos ponemos al día, él no parece estar muy conforme con que escriba de él, pero siempre ha sabido que para mí es algo especial poder describirle, así me he sentido yo siempre que he estado con él. Tenía que devolvérselo. Vamos a una terraza, ya dije que el tiempo acompañaba. Él se sienta en el lado izquierdo de la mesa, como no podía ser de otra forma. El vaso, encima del plato; y los cubiertos, alineados por estaturas de mayor a menor en la parte derecha del mismo.

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Le pregunto si ha cambiado algo desde la semana pasada, aunque ya sabía la respuesta: «Lo único que ha cambiado es que estoy siguiendo un tratamiento, que me haga estar más relajado, y que no convierta mis manías en un arma de destrucción propia. Por lo demás, todo sigue igual», me dice. Ya lo sabía yo, él sigue siendo el mismo, su sonrisa vuelve a desvelarme una vez más toda la magia que hay en su interior, y que en ocasiones no hemos podido disfrutar. Por aquellos que no han sabido llevarlo, ya saben.

Al cabo de unas horas decidimos volver a nuestras casas, yo le acompaño a la suya. Prefería volver sola, analizar todo lo que habíamos hablado, todo lo que había visto. Su manera de cruzar por el paso de peatón sigue siendo igual que hace 14 años, pisar las líneas blancas de dos en dos es una obligación. La llave, la pasa cuatro veces antes de abrir la puerta. Puerta que siempre atraviesa con la pierna derecha. Nos despedimos. Y ambos nos fundimos en un abrazo que vuelve a ser la imagen más representativa de la amistad que tenemos. Sin condiciones. Sin etiquetas. Sin preocupaciones. Solo nosotros y lo que tenemos.

Hoy es un día cualquiera. Son las cinco de la tarde y ya hemos vuelto a casa después de pasar un buen rato juntos. El sol sigue brillando, y la temperatura parece recordarnos que no podríamos haber elegido un plan mejor. Hoy es un día cualquiera, pero no lo fue hace una semana cuando le detectaron TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo). Desde entonces algo ha cambiado en nuestras mentes, pero no en la de él; el siempre ha sabido quién es y qué es lo que hace ser distinto al resto – o eso quieren hacernos creer aquellos que marcan la diferencia entre personas por el simple hecho de actuar de forma diferente-.

Ariadna Ramírez